III
Dos semanas despu閟, Eduardo se manten韆 recluido, casi nunca sal韆 de casa. Como uno de los afectados por la tragedia de la playa, los profesores eran bastante permisivos con 閘. Aunque esto era solo una excusa, ten韆 otros motivos para mantenerse aislado del resto de la gente, ocultaba su malestar, en especial a su t韆, no se perdonar韆 si le ocurr韆 algo por su culpa.
Un viernes, Eduardo despert� tarde, al mirar al reloj, eran las diez y cuarto. Fue a la cocina, el refrigerador estaba casi vac韔, decidi� salir a comprar algunas cosas. Recogi� el mismo su閠er negro que ya hab韆 usado mil veces y se puso un par de jeans gastados. Tras lavarse los dientes, comenz� a buscar sus cosas, tard� casi diez minutos en encontrar su cartera y las llaves, apenas hab韆 salido a la calle.
—Paso atr醩.
—h, no! —exclam� Eduardo cansado.
Retrocedi�, un taxi sin frenos pas� a toda prisa, estuvo tan cerca que logr� sentir el roce del veh韈ulo contra sus ropas, lo m醩 curioso es que los frenos del coche volvieron a funcionar tan pronto este se alej� de 閘.
Ese mismo d韆 por poco cae en una alcantarilla, estaba distra韉o leyendo un cartel cuando caminaba, su cuerpo se detuvo instant醤eamente tras recibir el aviso. Sus m鷖culos se pusieron r韌idos al instante, su pie derecho estaba en el aire sobre el hueco de la alcantarilla. Un poco m醩 tarde, uno de los bloques de un edificio en construcci髇 casi le aplasta la cabeza, su cuerpo reaccion� de inmediato saltando fuera de su trayectoria y el bloque se precipit� contra el suelo justo en el lugar en el que se encontraba anteriormente. Eso se hizo algo cotidiano para 閘.
Ya se hab韆 acostumbrado, aunque algo le manten韆 en vilo.
—縌u� pasa si un d韆 esa voz no llega a tiempo? —se cuestionaba ocasionalmente. La respuesta era obvia: un traje de pino.
Al final, Eduardo acab� por intentar retomar su vida normal, regres� a la universidad. Aprendi� a convivir con sus habituales accidentes y la voz de alerta.
Un d韆, sal韆 temprano de clases, segu韆 la ruta habitual, pero, de repente, la voz le habl� de nuevo:
—Derecha. Izquierda.
Eduardo ya no pon韆 en duda a su gu韆, sigui� las instrucciones y acab� en un callej髇 entre edificios, al final del trayecto, este se divid韆 en dos. El chico se sorprendi� cuando dos hombres entraron al callej髇 por cada uno de los dos extremos y detuvieron su marcha.
El hombre de la derecha era alto, de piel oscuras, traje azul marino, corbata, bien afeitado, sin duda, pasaba de los treinta a駉s. El otro se hallaba a la izquierda, de baja estatura, sobrepeso, aspecto descuidado, con barba de por lo menos dos semanas, una camiseta blanca, vaqueros y zapatillas negras.
Los tres hombres estaban de pie, est醫icos, en su rostro no se ve韆 ning鷑 inter閟 por continuar andando y se miraban los unos a los otros como pregunt醤dose si alguno reanudar韆 la marcha, pero nadie se movi�.
—A m� no me miren, yo no me muevo de aqu� —solt� el hombre de la derecha sacando un cigarrillo—. 縊s importa si fumo?
—Por m� est� bien —dijo Eduardo.
Ambos miraron al hombre de la izquierda. El cual, simplemente, se encogi� de hombros sin hacer comentario alguno.
Mientras los tres se encontraban inm髒iles intercambiando vistazos, se escuch� un disparo. Segundos despu閟, se volvieron a o韗 m醩 detonaciones. En la calle por la que Eduardo acababa de pasar se hab韆 desatado una balacera. El rechinar de neum醫icos, los gritos, disparos y las sirenas de la Polic韆 se apoderaron del ambiente.
Cuando el estruendo concluy�, todos aguantaron quietos en el mismo sitio. El hombre de la izquierda dio se馻les de querer marcharse, al intentar dar la vuelta, su cuerpo se torn� r韌ido, su rostro inexpresivo se gir� de nuevo a la posici髇 en la que estaba. Se recost� contra la pared como si fuese un trozo de madera, transcurridos unos segundos, se relaj�. Los dem醩 notaron el cambio y se quedaron contempl醤dolo fijamente.
—Vaya grupo tan serio —rompi� el silencio el hombre de derecha—. Permitan que me presente, mi nombre es Gustavo Gonz醠ez C髍doba, abogado. Mi hobby es ser dibujante, y esto lo dibuj� ayer.
Sac� del bolsillo de su traje tres hojas de papel, en ellas se apreciaban tres dibujos muy caracter韘ticos. En una, Eduardo; en otra, el hombre con la camiseta blanca de la izquierda, y la 鷏tima representaba la situaci髇 actual: tres hombres en un callej髇. Se miraron sin hacer comentario alguno.
—Sandy Men閚dez Cuevas —anunci� el hombre de la izquierda sin levantar la vista de su retrato en papel.
—Eduardo Armas Vega. 縀sto& c髆o es posible?—
—Creo que todos los aqu� presentes tenemos m醩 de una cosa que no podemos explicar —mencion� Sandy.
El ruido en la calle ya se hab韆 calmado.
—Pienso que la crisis ya pas� —se馻l� Gustavo.
—A鷑 no —contradijo Sandy.
Mientras los hombres se encontraban all�, la Polic韆 apresaba a sospechosos y buscaba testigos de los acontecimientos. El callej髇 en el que los tres hombres se encontraban fue ignorado.
—Ya podemos irnos —manifest� Sandy movi閚dose en todas direcciones.
—Caballeros, soy abogado, conf韔 en la evidencia y gu韔 mi vida por eso —explic� Gustavo—, sin embargo, a veces veo cosas que no han ocurrido o dibujo a personas que nunca he visto& Estoy seguro de que no soy el 鷑ico en este grupo con una vida un tanto inusual los 鷏timos meses.—
—Comparto esa idea —se sum� Eduardo.
Sandy solo afirm� con la cabeza.
—Mi oficina est� cerca, all� podremos hablar m醩 en privado. Este tema ser� delicado para todos, y un callej髇 no es lugar adecuado —propuso Gustavo.
—Te sigo —sostuvo Eduardo.
Sandy volvi� a asentir cuando los otros dos hombres le echaron un vistazo.
Gustavo avanz� con los dos hombres sigui閚dole. Anduvieron unas pocas cuadras llegando a un edificio de oficinas. Gustavo les abri� la puerta con un gesto de invitaci髇, entraron a un sal髇 amplio con algunos muebles, una recepcionista en el puesto de informaci髇 estaba ocupada atendiendo al tel閒ono.
El edificio reun韆 m鷏tiples empresas, firmas y sociedades. Al fondo, se encontraban las escaleras y un ascensor. Tomaron el elevador hasta el sexto piso. Las puertas se abrieron y caminaron por delante de varias puertas de cristal con diferentes nombres de compa耥as. Al final del pasillo, llegaron a una puerta con la inscripci髇: 獴ufete jur韉ico Gonz醠ez�. Tras esta, un peque駉 sal髇 donde hab韆 algunas plantas ornamentales y tres puertas con distintos nombres, una de ellas se le韆: 獹ustavo G. C.�, y a la izquierda un escritorio donde se hallaba una joven morena, de unos veinticuatro a駉s, estaba sentada pero se pod韆 deducir que era alta, delgada, con labios gruesos y ojos alegres.
—Buenos d韆s —salud� la joven con una voz dulce.
—Buenos d韆s, M髇ica —devolvi� el gesto Gustavo.
—Aqu� est� su correo —indic� M髇ica al tiempo que entregaba a Gustavo un grupo de cartas. — Tiene varias llamadas de parte de la Asociaci髇 Ure馻.—
—Caballeros, mi secretaria M髇ica —present� Gustavo—. M髇ica, por favor, estar� reunido con estos caballeros durante un largo rato, no quiero ning鷑 tipo de interrupciones, no importa qui閚 llame o venga, no estoy disponible. Cancela mis citas de hoy. Llama a la Asociaci髇 Ure馻 y diles que me reunir� con ellos el mi閞coles.—
—Entendido.—
Los tres hombres entraron en la oficina, en la cual hab韆 un escritorio con varios documentos, un librero con diferentes vol鷐enes gruesos, tres sof醩 y una peque馻 mesa de oficina.
—Caballeros, p髇ganse c髆odos —invit� Gustavo dirigi閚dose al tel閒ono —. 緾af�? 縏�?—
—Yo estoy bien, gracias —rechaz� Eduardo.The tale has been taken without authorization; if you see it on Amazon, report the incident.
—Tomare caf�, si no le importa —dijo Sandy.
—M髇ica, 縫odr韆s traernos dos caf閟, por favor? —solicit� Gustavo por tel閒ono.
Eduardo y Sandy se sentaron alrededor de la mesa, mientras Gustavo qued� de pie un poco m醩 alejado. Luego de unos minutos, la secretaria entraba con una cafetera y tres tazas donde sirvi� el caf� a los presentes.
—緼lguna otra cosa? —mencion� la joven.
—No, M髇ica, eso es todo. Muchas gracias.—
La joven se retir�, al cerrarse la puerta, los tres hombres quedaron en silencio. Gustavo se aproxim� lentamente y tom� una de las tazas.
—Bueno, caballeros, ya que soy el anfitri髇 de esta repentina pero necesaria reuni髇, comenzar� por mi historia —se adelant� Gustavo.
Este se aproxim� a su escritorio y abri� uno de los cajones, sac� algunas p醙inas con m鷏tiples dibujos. En varios de ellos se ve韆n edificios viejos, una iglesia antigua y caras de varias personas, algunas muy similares a Eduardo y Sandy.
—Hace unos meses empec� a tener estas extra馻s visiones. A veces, son solo im醙enes borrosas, otras, son claras como el d韆, caras de personas que no conozco, como ustedes, edificaciones en las que nunca he estado. — El rostro de Eduardo se torn� m醩 serio y severo. — En ocasiones, son verdaderas tragedias, balaceras, accidentes& Creo que saben de qu� hablo.—
Eduardo y Sandy asintieron.
—Gracias a estas visiones, he evitado muchas situaciones peligrosas, incluso me han ayudado a eludir la muerte cuando he aceptado un caso de un cliente peligroso. No obstante&, lo de las 鷏timas semanas se ha vuelto rid韈ulo, sufro visiones donde tengo altas probabilidad de morir. —Gustavo se detuvo para organizar sus ideas—. Adem醩, siento que hay algo peligroso en el origen de estas visiones, mi sensaci髇 es que esto no va a acabar bien para ninguno de nosotros. —Tom� un sorbo de caf�—. Hace unas semanas, empec� a averiguar acerca de cosas sobrenaturales. Obviamente, todos son farsantes, excepto una mujer, una gitana que intent� leer mi futuro, sin embargo, me devolvi� el dinero y me expres� que yo no ten韆 futuro, luego me ech� de su local. Mencion� que yo estaba vendido al diablo.—
—縉o volviste a verla? Vi una vez en un documental que as� es como te estafan, te echan al principio para que vuelvas —formul� Eduardo.
—No —neg� Gustavo. — Se fue de la ciudad, no he vuelto a verla. Regres� a su local, pero estaba vac韔 y en venta. A veces, cuando mis visiones inician, hay una pared llena de plantas de espinas secas, rocas, el lugar est� muy oscuro, no puedo ver m醩.
—Mi situaci髇 es un tanto similar, yo escucho voces —comparti� Eduardo.
Les cont� lo sucedido en su infancia, sobre el incidente en la playa y todas las cosas ocurridas durante los 鷏timos meses.
—Para ser sincero, me siento aliviado, es decir, mucha gente a mi alrededor ha muerto, me encuentro a punto de morir d韆 a d韆& Estoy seguro de que, si cuento esto a alguien m醩, acabar� en un hospital psiqui醫rico. Pero ahora, bueno, estamos todos en el mismo barco —asegur� Eduardo.
—Lo que no entiendo es por qu� no veo los n鷐eros de la loter韆 —brome� Gustavo tratando de relajar el ambiente.
Sandy y Eduardo lo encontraron gracioso.
—Al menos, ustedes tienen una opci髇 —particip� Sandy. —Ustedes tienen visiones o escuchan voces, aunque sea poco agradable, ten閕s la opci髇 de no hacer caso. Yo no tengo elecci髇, algo toma el control de mi cuerpo, me lleva a donde quiere sin explicaci髇 ni justificaci髇, camino por calles donde no quiero estar, salgo de reuniones sin raz髇 aparente, no puedo hablar, simplemente, mi cuerpo decide dar un paseo en contra de mi voluntad y eso es todo.—
Sandy mir� hacia el techo, sus ojos se empezaban a llenar de l醙rimas.
—La primera en irse fue mi novia, me echaron del trabajo, mi hermano quer韆 llevarme a un psiquiatra porque, simplemente, estaba actuando demasiado extra駉. Hasta yo tengo tiempo poniendo mi cordura en duda. —Las manos de Sandy temblaban—. Pero eso ya no importa, mi hermano est� muerto, un d韆 sal� de casa en uno de esos paseos y la casa se incendi� por una fuga de gas, no s� si cada una de mis escapadas era para evitar una trampa mortal, no he estado all� para verlo. Mientras mi hermano y mi familia ard韆n, yo me alejaba del lugar tranquilamente. Incluso si veo algo terrible o lo escucho, no puedo hacer nada, soy incapaz de gritar. —Sandy empez� a re韗, su risa era m醩 de burla contra s� mismo—. Intent� suicidarme, 縴 sab閕s qu� pas�? —pregunt� Sandy.
Gustavo y Eduardo continuaron observ醤dolo en silencio.
—Nada. 縑eneno?, no puedo ni tomarlo. 縐n arma?, acaba en el mar, mi cuerpo se va de paseo y tira el arma en la primera playa o muelle que encuentre. Tan solo con pensar en la posibilidad mi cuerpo toma medidas para evitarlo. No soy ni siquiera due駉 de mi vida. Encima, todos mueren a mi alrededor.—
—Creo que hablo por los dos —Gustavo miraba a Eduardo — cuando digo que lamentamos tu situaci髇. Debe ser dif韈il y s� que mis palabras no sirven de mucho. Pero tal vez entre los tres podr韆mos encontrar alguna respuesta.—
—Est� bien, al menos, s� que no estoy solo y parece que hay m醩 de lo que aparenta detr醩 de esto —agreg� Sandy.
—Muy cierto, he buscado varias explicaciones y motivos y a鷑 no he dado con nada —mencion� Gustavo. —Pienso que lo m醩 prudente ser韆 esperar, ahora que nos hemos encontrado, estoy seguro de que las cosas dar醤 un giro en los pr髕imos d韆s. Si no os importa, me gustar韆 que nos mantengamos en comunicaci髇—
—Me parece una buena idea —acept� Eduardo.
—Cualquier cosa que les ocurra, traten de comunic醨sela a los dem醩, puede que de ahora en adelante lo que suceda a uno pueda ser de importancia para el otro —razon� Gustavo.
Los tres hombres intercambiaron n鷐eros telef髇icos, direcciones y todas las posibles maneras de comunicarse. Luego salieron de la oficina.
—M髇ica, de ahora en adelante, cualquier informaci髇 que venga de estos caballeros es de vital importancia, pasa todas sus llamadas a mi oficina sin demora, permite que pasen tan pronto lleguen —orden� Gustavo contemplando a sus nuevos compa馿ros de infortunio.
—Entendido& 縔 si est� en una reuni髇?—
—La puedes interrumpir.—
—Entiendo. —M髇ica se qued� observando fijamente a Eduardo y Sandy. Luego les pidi� sus nombres y los anot�.
Los tres se separaron ese d韆 sin tener m醩 contratiempos. Pasaron la mayor parte de la semana tranquilos sin m醩 incidentes de lo habitual.
Un lunes en la ma馻na, Eduardo bajaba de su edificio, el ascensor no funcionaba, por lo tanto, tendr韆 que usar las escaleras. Al llegar al segundo piso, la voz le inst� a detenerse. Tras mirar en todas direcciones sin ver nada, movi� su pie solo unos cent韒etros, al parecer, alguno de los ni駉s del edificio olvid� una canica. Cuando la recog韆, se qued� un momento pensando en todo lo que podr韆 sucederle si ca韆 por la escalera del segundo piso por una inocente canica. El sonido de su tel閒ono le devolvi� al presente. Sac� su m髒il del bolsillo.
—Hola.—
—Hola, Gustavo— salud� Eduardo —Casi me rompo el cuello con una canica en la escalera, creo que estamos en temporada otra vez.—
—S�, ya recib� una llamada de Sandy. Se ha ido de paseo esta ma馻na —declar� Gustavo. — Y yo hoy mejor no conduzco ni me acerco a ning鷑 veh韈ulo—
—緼lgo m醩?
—Nada m醩 hasta ahora —formul� Gustavo con voz tranquila.
—Bien. Ll醡ame si algo sucede —pidi� Eduardo.
—Lo har�. —Y colg�.
Transcurrieron varios d韆s sin ninguna novedad. Era jueves, Eduardo se encontraba en la universidad, las clases eran tan aburridas como cualquier otra jornada y, mientras las cosas segu韆n su curso, su rostro distra韉o parec韆 vagar por otro mundo. Ante la vista irritada de sus profesores y compa馿ros de clases, Eduardo se levant� del asiento y sali� del aula para contestar a su tel閒ono m髒il, se trataba de Gustavo.
El irritado profesor ten韆 la intenci髇 de reprender a Eduardo, pero este ya estaba llegando a la puerta del aula y, antes de que el profesor pudiese decir algo, se hab韆 marchado.
—Gustavo, 縬u� pasa?
—Puente Hermanos Rond髇. Sandy est� en problemas, apres鷕ate —inform� Gustavo con tono desesperado.
Eduardo colg� y sali� en estampida, detr醩 dejaba un mont髇 de miradas curiosas. El puente Hermanos Rond髇 solo estaba a un par de cuadras del complejo universitario, pero esprintando tardar韆 mucho tiempo. Mir� en ambas direcciones desesperado, su coche estaba muy lejos, su vista se detuvo en la motocicleta de uno de sus compa馿ros. Eduardo regres� corriendo al aula.
Entr� por sorpresa por la puerta sin pedir permiso ni dar importancia a la conmoci髇 que causaba. El profesor, altamente irritado por la falta de respeto, le reproch�:
—Se駉r Armas, est� usted interrumpiendo mi clase.
—Lo siento mucho, profesor, pero es una emergencia. —Eduardo localiz� al due駉 del veh韈ulo. — Rub閚, necesito tu moto—
Rub閚 no realiz� preguntas, la cara de desesperaci髇 de Eduardo dec韆 claramente que algo malo estaba sucediendo. Rub閚 a鷑 se sent韆 un poco culpable por lo ocurrido en la casa de la playa. Tras entregar las llaves a Eduardo, este parti� una vez m醩 del aula.
—Gracias, t韔, te debo una —se despidi� Eduardo atravesando la puerta.
Todos empezaron a murmurar. Eduardo hab韆 sido tema de conversaci髇 y cuchicheo durante unos d韆s tras el incidente de la playa.
—Bueno, volvamos a la clase —recondujo el profesor d醤dose la vuelta para continuar.
Eduardo lleg� hasta la motocicleta y parti� de inmediato, la ruta m醩 cercana era a trav閟 de las 醨eas verdes, en dos minutos ya estaba fuera de la universidad, la carretera era una l韓ea recta, se pod韆 ver el inicio del puente en la distancia.
Se encontraba a una cuadra cuando un coche pas� a toda velocidad colisionando contra otro y rodando sobre s� mismo, tras detenerse, se produjo un incendio. Eduardo baj� de la moto y se aproxim� al veh韈ulo en llamas, Sandy se encontraba inconsciente en el asiento del conductor. Eduardo trataba de sacarlo, pero el cintur髇 estaba atascado y sus esfuerzos eran in鷗iles. Detr醩 de 閘 escuch� un coche detenerse y en pocos segundos Gustavo se hallaba a su lado con una cuchilla cortando el cintur髇. Lograron sacarlo pocos segundos antes de que el fuego los alcanzara y las llamas cubrieran el veh韈ulo totalmente.
M醩 tarde, se presentaron los bomberos, polic韆s y ambulancias. Llevaron a Sandy al hospital, recuper� la conciencia a las pocas horas, no ten韆 nada grave, la se駉ra que conduc韆 el otro coche implicado en el accidente no sufri� ning鷑 da駉 considerable. Los frenos de la mujer fallaron, su acelerador se qued� atascado y se estrell� contra el veh韈ulo de Sandy a toda velocidad.
—縌u� sucedi�? —quiso saber Sandy cuando despert�. No tard� mucho en reconocer el lugar en el que se encontraba. Gustavo y Eduardo acudieron al escuchar su voz.
—Estuviste en un accidente de tr醤sito —explic� Eduardo—. Gustavo me dijo que hab韆 tenido una visi髇 en la que ten韆s un accidente, por suerte, conoc韆 el sitio y me llam� para que viniera.—
—Qu� extra駉 —manifest� Sandy—, hasta el momento del choque, no tuve ning鷑 tipo de problema, no perd� el control de mi cuerpo ni nada similar& 縇a premonici髇 fall�?—
—Algo no anda bien —consider� Gustavo. — Mi visi髇 era incompleta, tal vez es por el hecho de que no era sobre m�& Pero fue muy extra馻, una imagen borrosa, result� dif韈il de interpretar lo que estaba viendo.—
—Debemos tener m醩 cuidado, si estas habilidades pueden fallar, con la cantidad de incidentes que tenemos, no durar韆mos una semana —sostuvo Eduardo.
Los tres se quedaron en silencio un largo rato. Una enfermera se acerc� a Sandy, al verlo despierto, llam� al doctor de turno. Minutos m醩 tarde, Sandy se encontraba respondiendo las preguntas del m閐ico. Gustavo se encarg� de todo el asunto legal relacionado con el accidente; con sus relaciones, conocimientos legales y contactos, el asunto estaba olvidado en dos d韆s.