Home Genre horror Los Herederos de toma (Spanish/Español)

  Eduardo despert� en el centro de una habitaci髇 espaciosa, acostado en el suelo sobre una manta muy gruesa. En el aire hab韆 un olor fuerte a hierbas e incienso que no era del todo desagradable. El lugar se hallaba iluminado por l醡paras de queroseno. Se incorpor� hasta quedar sentado. A su alrededor hab韆 un grupo de personas de piel oscura. El m醩 cercano a 閘 era un hombre alto de unos cuarenta a駉s. Detr醩 de este, cinco ancianos y algunos otros m醩 j髒enes en una mesa al fondo.

  —緿髇de estoy? —quiso saber Eduardo.

  —En un pueblo llamado Monsillo —inform� el hombre a su lado.

  Eduardo reconoci� el nombre, era uno de los pueblos pr髕imos a Toma.

  —Hay algo muy malo en el pueblo de Toma. Tenemos que alejarnos de aqu� —advirti� Eduardo.

  —Lo sabemos, Eduardo.—

  —緾髆o conoces mi nombre?—

  蒷 le lanz� una cartera, Eduardo la reconoci� de inmediato como propia.

  —Mi nombre es Alberto —se present�.

  Eduardo se levant�. Sus heridas hab韆n curado casi por completo. A鷑 ten韆 dolores, pero se sent韆 mucho mejor.

  —緾u醤to tiempo he estado dormido?—

  —Unas horas.—

  —Imposible, estaba mal herido, no podr韆 curarme en tan poco tiempo.—

  —Despu閟 de todo lo que has visto, 縯e parece extra駉? — inquiri� Alberto. —Yo te he curado.—

  —Gracias.—

  —No agradezcas, no te hemos salvado por tu bien, necesitamos informaci髇—particip� uno de los ancianos detr醩 de Alberto.

  —俊Podr韆s decirme qu� est� ocurriendo!? —reclam� Eduardo.

  —No tenemos mucho tiempo y t� ya conoces la mayor parte — coment� Alberto.

  —No, no tengo ni idea de qu� est� sucediendo aqu�.— Los hombres en la habitaci髇 miraban a Eduardo con duda en el rostro —Lo 鷑ico que s� es que he estado a punto de morir m醩 veces de las que puedo contar, oigo cosas, y vine a este pueblo buscando respuestas, no s� qu� son esas cosas de la iglesia, ni quienes son ustedes ni por qu� me pasa toda esta mierda a m�.—

  —縀n serio no sabes nada de esto? — pregunt� Alberto.

  —No, no tengo ni idea.—

  —Cu閚tanos lo que pas� en la iglesia y trataremos de darte respuestas — aventur� Alberto.

  Eduardo les detall� sus m鷏tiples encuentros cercanos a la muerte, su reuni髇 con Gustavo y Sandy, su viaje hasta Toma, los fantasmas del pueblo, los perros salvajes, la iglesia, la habitaci髇 subterr醤ea, los cad醰eres y lo que sucedi� despu閟.

  —Espera un segundo, 縯� mataste a este Sandy con la daga ceremonial?— quiso confirmar uno de los hombres detr醩 de Alberto.

  Eduardo se qued� pensativo por un momento, b醩icamente, hab韆 confesado un asesinato&

  —S� — asumi� al final.

  —Esto cambia la situaci髇&, tal vez— valor� Alberto. — 縋as� algo cuando lo mataste?—

  —S�, recuper� la audici髇.—

  —緾u醤do naciste?—

  —El 30 de enero de 1991.—

  —縈arcos? —Alberto se centr� en uno de los hombres en la mesa del fondo.

  —Luna de sangre —respondi�.

  —Hechicero —agreg� uno de los hombres detr醩 de Alberto.

  —縃echicero? — La cara de Eduardo era de pura duda. —緼lguien me va a explicar?—

  —Lo que viste en la iglesia son b醩icamente demonios, o, m醩 bien, personas endemoniadas, antiguos parientes. Para ser exacto, si no me equivoco, el 鷏timo que viste antes de desmayarte es tu tatarabuelo.— aclar� Alberto —Casi todos los presentes en esta habitaci髇 somos hechiceros&, incluy閚dote a ti.—

  —縈i tatarabuelo?—

  —Toma, Monsillo y otros pueblos de la zona fueron fundados por inmigrantes. Varios de ellos son descendientes de antiguas tribus n髆adas. Algunos clanes se asentaron, mezcl醤dose con los locales. Tu abuelo, el m韔 y los de los hombres que te acompa馻ron aqu� formaban parte de distintas familias derivadas de los clanes — ilustr� Alberto. —Aunque se asentaron en el mundo civilizado, no olvidaron ciertas costumbres, algunos continuaron practicando la magia y la hechicer韆.—

  —縋or eso escuchaba voces? 縀se es el poder que tengo?—

  —No —retom� Alberto. —Esas voces eran de tu abuelo. Para poder desarrollar su habilidad, los hechiceros deben pasar por un ritual. Pero la mayor韆 prefiere no hacerlo.—

  —縋or qu�? — se interes� Eduardo.

  —Porque el poder nunca es gratis — se馻l� Alberto con tristeza en su rostro. — Cada vez que un hechicero utiliza magia, ha de pagar un precio. Mientras m醩 grande y fuerte la magia o la maldici髇, mayor el coste.—

  Alberto se qued� con la mirada perdida unos segundos, como rememorando el pasado. Los dem醩 hombres guardaban silencio, solo emitieron ruido a consecuencia de alg鷑 ataque de tos ocasional.

  —El precio tampoco lo decides t�; a veces te enfermas, te rompes una pierna, pierdes dinero, envejeces o alg鷑 ser querido muere, como amigos, familiares, tu esposa, tus& hijos.—

  Eduardo record� a Sandy y todo lo que hab韆 perdido, no quer韆 ni imaginarse qu� habr韆n pagado esos hombres.

  —Hay quienes carecen de escr鷓ulos o no tienen nada que perder, por tanto, usan su poder hasta que ya no poseen con qu� pagar, sacrificando sus vidas.— prosigui� Alberto. —Hace m醩 de cien a駉s, cuatro hechiceros se juntaron en este pueblo, eso es un hecho extra駉 porque nunca hay m醩 de dos en un lugar. Y tampoco hay muchos. De todas formas, el poder puede pasar generaciones sin aparecer en un descendiente e, incluso, no volver a manifestarse jam醩 en la misma familia.— Realiz� una pausa ante un ataque de tos de uno de los presentes.

  Eduardo no se hab韆 percatado hasta entonces, a ese hombre le costaba cada vez m醩 respirar.

  —Tres de los cuatro hechiceros formaron una especie de alianza — prosigui� Alberto. —Uno de ellos era tu tatarabuelo, los otros&—

  —&Los tatarabuelos de mis colegas.—

  Alberto movi� la cabeza afirmativamente.

  —Tu tatarabuelo y sus socios carec韆n de escr鷓ulos, pero, como el precio a pagar se eleg韆 al azar, eran cuidadosos con sus poderes, pues no quer韆n sacrificarse. Hasta que encontraron un m閠odo de no pagar por sus actos. — Se detuvo para tomar aire — Se trataba de un hechizo muy complicado. El ritual requer韆 ser realizado en un sitio sagrado, adem醩 de sacrificar al primog閚ito de cada uno de los participantes. Uno ellos era el cura, as� que ten韆n la iglesia a su disposici髇. De ese modo, solo hac韆n falta los primog閚itos, lo cual no representaba ning鷑 problema. El cura ten韆 un hijo bastardo en secreto.

  Un fuerte ruido interrumpi� el relato, era el mismo que Eduardo hab韆 escuchado antes de desmayarse a la salida del pueblo.

  —縌u� es eso? — pregunt� Eduardo.

  —El infierno intentando alcanzarnos— murmur� Alberto poni閚dose en pie. Se acerc� a la ventana, separando la cortina e invitando a Eduardo a que observara.

  Este se puso de pie y se aproxim�. Fuera la oscuridad lo dominaba todo, volvi� a percibirse ese impacto violento.

  —Hemos puesto una barrera alrededor del pueblo para sellar la maldad en 閘 —expuso Alberto cerrando la cortina — Si logramos mantenerte fuera de su alcance hasta que acabe el d韆, estaremos a salvo.—

  —Un momento, hay algo que no entiendo, si mi tatarabuelo esta all� afuera tratando de matarme, 縫or qu� me ha estado salvando todo este tiempo?, 縫or qu� nos ocurr韆n tantos accidentes?—

  La cara de Alberto se torn� tensa.

  —D韘elo —inst� Marcos. — Cu閚tale todo.—

  —Para poder utilizarte de sacrificio& Y la causa de tus accidentes y los de tus amigos& hemos sido nosotros.—

  Eduardo retrocedi� unos pasos.

  —Tranquilo — formul� Alberto. —la situaci髇 ha cambiado. Ahora te necesitamos vivo. Intentamos impedir que el ritual se reiniciara, para eso solo precis醔amos que uno de ustedes muriera, con eso ser韆 suficiente para detener todo esto. Hicimos lo posible, pero no lo conseguimos. Sus tatarabuelos, al parecer, colocaron mecanismos de seguridad en sus descendientes. Tratamos de matar a alguno de ustedes en varias ocasiones&, aun as�, fallamos. Por favor, no me guardes rencor, a mis hermanos tampoco.—

  —俊sab閕s la cantidad de gente inocente que ha muerto por vuestra culpa!? —grit� Eduardo.

  —o sabemos! —clam� Alberto — Las maldiciones que usamos contra ustedes requirieron innumerables sacrificios, muchos de estos hombres perdieron a familiares o salud por cada intento fallido. Y ahora mismo siguen sacrific醤dose para que esa oscuridad de ah� afuera no te alcance. Cada hora que pasa pierden a sus seres queridos, su salud o su juventud para mantener la maldad encerrada. M韗alos bien, ninguno de nosotros tiene m醩 de treinta a駉s, todos los que eran mayores ya murieron.—

  Eduardo pas� la vista por la habitaci髇; de todos ellos, Alberto era el m醩 joven y pasaba de los cuarenta.

  —縔 por qu� no me mat醝s ahora mismo? —dud� Eduardo.

  —Porque eso completar韆 el ritual. Tu sangre ya fue ofrecida, solo falta tu alma. Si mueres, estar� todo perdido.—

  —縌u� pasar韆 si completan su ritual?—

  —El infierno reinar韆 sobre la tierra. — Alberto se sent� de nuevo. —Como te dije, antes hab韆 cuatro hechiceros en el pueblo. El cuarto era el hermano menor del tatarabuelo de Gustavo. Es algo muy extra駉, casi nunca hay dos hechiceros en la misma familia, fue casi un acto de caridad del destino para que no se completara la tragedia que ahora estamos tratando de evitar.—

  Otro golpe interrumpi� la conversaci髇, cada vez eran m醩 intensos. Alberto decidi� continuar con la historia:

  —De los hechiceros del pueblo, el hermano menor era como una mosca comparado con los dem醩, su conocimiento de hechicer韆 era escaso, pero su poder fue suficiente para, al menos, interrumpir el hechizo y darle a uno de los sacrificados la oportunidad de escapar. No sabemos cu醠 de ellos, pero uno huy� del pueblo gracias al hermano menor. Sin embargo, el ritual ya se hab韆 iniciado y los demonios no esperan para cobrar, as� que tu abuelo y sus socios tuvieron que sacrificarse a s� mismos para colocar el ritual en una especie de pausa, por decirlo de alguna manera.—

  Fuera se not� otro impacto. Uno de los hombres dentro de la habitaci髇 cay� al suelo, los dem醩 se acercaron a 閘 de inmediato. Uno de ellos le tom� el pulso, luego mir� a Alberto e hizo un signo de negaci髇 con la cabeza. Dos de ellos recogieron el cad醰er y lo llevaron a otra habitaci髇. Regresaron unos segundos m醩 tarde y el cuarto qued� en silencio durante un rato hasta que habl� Alberto:

  —El hermano menor no sab韆 mucho de magia, pero ten韆 iniciativa, us� un mont髇 de cosas cotidianas para crear situaciones favorables para 閘, incendi� la iglesia esperando que el fuego consumiera todo lo dem醩. Pero eso no era suficiente. Solo la magia puede vencer a la magia. Utiliz� lo poco que sab韆, lo emple� mal y, al final, el precio de ese poder recay� sobre 閘 mismo y envejeci� casi al punto de la muerte, aun as�, vivi� lo suficiente para contar lo ocurrido a otros hechiceros de pueblos cercanos. Aunque al final se convirti� solo en una leyenda.—

  —縋or qu� esto no sucedi� antes?, 縫or qu� no sacrificarme cuando era un ni駉 o algo as�? —cuestion� Eduardo.

  —No es al azar, se requiere que est閚 los varones primog閚itos de los descendientes y todos deben ser mayores de veintid髎 a駉s, tal vez por eso no pas� antes. Los ni駉s no pueden ofrecerse en ese ritual, las almas puras contaminan la oscuridad.— aclar� Alberto.

  Mientras hablaban, el tiempo transcurr韆 y el d韆 llegaba a su fin. Los impactos eran cada vez m醩 fuertes y frecuentes, hasta el punto en que se hac韆n casi constantes. Los hombres en la habitaci髇 parec韆n envejecer a cada minuto.

  —縌u� pasa? —consult� Eduardo.

  —El tiempo se acaba, est醤 intentando atravesar la barrera por todos los medios posibles, pero aguantaremos.— sostuvo Alberto.

  —縋or qu� un d韆 entero? —insisti� Eduardo.

  —Los hechizos se completan en el mismo d韆 o se pierden. Cada jornada es un renacer, un reinicio.—

  —縌u� intentan hacer?

  —El hechizo es una maldici髇 para alcanzar la inmortalidad. Se supone que se abre una puerta al mismo infierno, a cambio, los hechiceros se hacen inmortales y pueden usar a otros como sacrificio para su magia sin que les afecte; mientras ellos est閚 vivos, el portal estar� abierto y las criaturas del infierno podr醤 tener paso libre a la tierra, a su vez, mantendr醤 su inmortalidad.—Stolen from Royal Road, this story should be reported if encountered on Amazon.

  Los impactos aumentaron y dos hombres m醩 cayeron. Unos no paraban de toser y otros envejec韆n r醦idamente, sus caras se arrugaban, sus temblorosas manos se secaban poco a poco.

  De pronto, los impactos cesaron, afuera solo se escuchaba una calma absoluta.

  —縃a acabado? —dijo Eduardo.

  —A鷑 no. No es posible, el d韆 todav韆 no acaba. —Alberto mostraba desesperaci髇 en su rostro—. Elrin —llam�.

  Un hombre alto de unos sesenta a駉s, que hab韆 envejecido prematuramente en ese rato, respondi� al llamado, tos韆 con mucha frecuencia.

  —縋uedes ver fuera de aqu�?—

  —Lo intentar�.—

  Elrin se sent� al centro de la habitaci髇. Coloc� un grupo de hierbas en una taza y la mezcl� con agua caliente y una gota de sangre. Formul� unas palabras en un idioma ininteligible para Eduardo y luego tom� el brebaje. Cerr� los ojos y se qued� en silencio. Unos segundos despu閟, abri� los ojos, su nariz sangraba. Tosi� violentamente.

  —No puedo —mencion� Elrin. —Se hacen m醩 fuertes. Algo no anda bien. — Tos韆 con fuerza entre palabras —No es lo mismo, su magia es m醩 oscura, m醩 violenta.—

  —縋uedes intentarlo una vez m醩?—

  —e est� muriendo! — advirti� Eduardo sintiendo pena por Elrin.

  —gual que todos los dem醩! — bram� Alberto — M韗alos, m韗alos bien. Est醤 envejeciendo, muriendo poco a poco, pero ya no importa. No tienen nada que perder, sus familiares han muerto, su salud se fue. La verdad es que ninguno de nosotros espera sobrevivir.—

  —Lo intentar�, pero necesito ayuda — pidi� Elrin.

  Dos de los hombres se acercaron, estaban enfermos. Se sentaron en el centro y prepararon el brebaje como antes. Apoyaron las manos en los hombros de Elrin. Este cerr� los ojos, su nariz empez� a sangrar. Los hombres a su lado envejecieron en segundos y se desplomaron sin vida. Elrin dio un grito desesperado, abri� los ojos, estaban negros, de su boca y nariz sal韆 sangre en grandes cantidades, se asfixiaba.

  —Cambiaron el sacrificio. Intentan& comprar& tiempo. — Elrin hac韆 un gran esfuerzo para respirar mientras Alberto lo sosten韆 en sus brazos.

  —No te entiendo, Elrin —dec韆 Alberto.

  —Sacrificaron uno de los suyos— reanud� Elrin incorpor醤dose en un 鷏timo esfuerzo. —Pacto sellado. — Su cuerpo perdi� las fuerzas, muri�.

  Todos los hombres en la habitaci髇 quedaron quietos. Alberto estaba absorto en su pensamiento. El mundo llegar韆 a su final. Si ese pacto hab韆 sido sellado, la oscuridad reinar韆 en la tierra, todas las criaturas crueles y mal閒icas del infierno vagar韆n por el mundo en absoluta libertad.

  —No puede ser —se lament� Alberto.

  —縌u� ocurre? —pregunt� Eduardo.

  —Imposible. Para completar el pacto, se necesitan tres hechiceros y tres primog閚itos como sacrificio.—

  —Y los tienen —aventur� uno de los hombres envejecidos. — 蒷 es un hechicero —se馻laba a Eduardo.

  —縌u� pasa? —Se extra耋 Eduardo.

  —Hicieron un cambio de sacrificio. Esos buitres sacrificaron a tu tatarabuelo, t� tomas su lugar, eres un hechicero, as� que el cambio es v醠ido. Ahora solo tienen que capturarte y forzarte a ser parte del ritual — complet� Alberto.

  Inmediatamente, se escuch� un impacto fuera, este result� m醩 intenso que todos los anteriores. Los hechiceros ca韆n de rodillas jadeando. Incluso Eduardo sent韆 un gran peso sobre su cuerpo.

  —Concentren la barrera en nosotros —inst� Alberto—. Dejen la oscuridad salir del pueblo y centren todas sus fuerzas en protegernos.

  —Pero si lo hacemos se distribuir� por todo el mundo.— explic� uno de los hombres.

  —Lo s� —asumi� Alberto. — pero no hay otra opci髇.—

  Uno de los hombres se hab韆 acercado a Eduardo, sac� un cuchillo de golpe y lo apu馻l�. Eduardo se precipit� al suelo retorci閚dose de dolor. El hombre pens� en lo que dijo Alberto; si uno de ellos muere, el portal se cierra. No obstante, cuando Eduardo sac� el cuchillo de su pecho, la herida se cerr�.

  —Lo siento. o sab韆 qu� m醩 hacer!—

  Alberto se qued� de pie sin saber lo que decir. Si Eduardo los ve韆 como enemigos, las cosas llegar韆n a ponerse muy dif韈iles. Incluso podr韆 unirse al otro bando y tomar el lugar de su tatarabuelo.

  —Eso doli� — recrimin� Eduardo. — Por favor, no vuelvan a hacerlo.—

  Aunque a Eduardo no le gust� mucho el acto, sab韆 muy bien lo que era estar desesperado, mucha gente muri� a su alrededor mientras 閘 sobreviv韆. Entend韆 lo que pensaba la persona que le apu馻l�.

  Alberto se relaj� al ver la actitud de Eduardo.

  —縋or qu� sigo vivo?—

  —Eres un hechicero recibiendo poder de un portal directo con el infierno. Eres inmortal para cosas mortales, solo la magia puede acabar con la magia. Pero tiene que ser en el portal o te regresaran, no tenemos suficiente poder para destruir a un inmortal.— desvel� Alberto. —El pacto no est� sellado del todo. Hay una opci髇. Tenemos que salir y llevar a Eduardo a la iglesia.— Ordeno a los demas hechiceros.

  — Si閚tate y qu韙ate la camisa — le pidi� Alberto se馻lando una silla.

  Eduardo se sent� en posici髇 reversa, su pecho contra el respaldo y la espalda expuesta.

  —Esto te va a doler —coment� Alberto —No podemos curarte despu閟, sera una herida magica, lo siento, la herida debe seguir fresca y sangrante para que esto funcione.—

  Marcos le dio a Eduardo un trozo de tela doblado para que mordiera. Tras esto, con la punta de su daga, Alberto empez� a dibujar s韒bolos cortando la piel de Eduardo. Limpiaba la sangre con un trapo y continuaba el doloroso tatuaje tallado mientras el chico gem韆 y las l醙rimas brotaban de sus ojos. Marcos y los otros hombres lo sujetaban. A la vez que hac韆 esto, Alberto repet韆 palabras en ese lenguaje incomprensible para Eduardo.

  Minutos m醩 tarde, el trabajo estaba terminado. Cubrieron la espalda de Eduardo y su t髍ax con vendajes.

  —Me gustar韆 dejarte descansar, pero no tenemos tiempo. Esc鷆hame bien, Eduardo. —mencion� Alberto. —Iremos a la iglesia. Si sacrificaron a tu tatarabuelo, t� tomas su sitio. A鷑 no est醩 iniciado y no sabes nada acerca de hechicer韆, pero eres un hechicero, tienes que romper el pacto y cerrar ese portal.— El adolorido Eduardo asinti�. —Este tipo de pactos requiere una ofrenda de sangre voluntaria del pactante, probablemente, eso es lo 鷑ico que les falta. As� que tratar醤 de comprarte con promesas o miedo para que te unas a ellos. Para eso usar醤 esa daga que conoces, cuando tengas la oportunidad, apu馻la a ese bastardo y repite: amaru aldo entu morta almen azuru ecta.—

  Tom� un rato para que Eduardo recordara esas palabras y las pronunciara de manera adecuada.

  —La iglesia est� lejos, 縞髆o llegaremos a trav閟 de toda esa oscuridad? —cuestion� Eduardo.

  —Monsillo est� justo al lado de Toma. La iglesia se encuentra casi en los l韒ites del pueblo, estamos a menos de dos kil髆etros.— Respondi� Marcos.

  Todos los hombres se juntaron, solo quedaban seis sin contar a Eduardo, el cual qued� al centro de la formaci髇, dijeron algunas palabras en un lenguaje extra駉 y sobre las palmas de sus manos apareci� una peque馻 flama azul de luz intensa.

  —縌u� es eso? —dud� Eduardo.

  —La luz del alma —anunci� Alberto. — alejar� a las sombras y a los demonios.—

  Abrieron la puerta, afuera hab韆 una oscuridad impenetrable, el humo negro cubr韆 todo alrededor. Criaturas semihumanas muy altas, de miembros desproporcionados, con rostros deformes, lisos, sin detalle, se aproximaban. A su vez, seres peque駉s como reptiles humanoides con bocas llenas de dientes puntiagudos se escurr韆n por las inmediaciones. Los hombres levantaban las flamas de sus manos hacia esas criaturas de los abismos y estas hu韆n en direcci髇 a lo profundo de las sombras.

  —No creas en nada de lo que veas.— repiti� Alberto.

  Avanzaban guiados por Alberto, que parec韆 ver a trav閟 de las sombras. Bestias de diversos tipos se mov韆n en la oscuridad y se alejaban cuando entraban en el rango de la luz del grupo. Marchaban a una velocidad razonable, pero las luces en sus manos empezaban a perder fuerza. El viento fue en aumento, una tormenta de arena les dificultaba la vista y progresar.

  —Lo siento, Alberto— Expres� uno de los hombres, ya con la piel totalmente arrugada y su cabello blanco. Sus ojos perdieron su brillo y su c髍nea se hab韆 tornado opaca. Cay� muerto.

  —Eduardo —llam� una voz desde las sombras.

  El chico concentr� su vista en esa direcci髇. Una figura femenina apareci�. Tard� un poco en reconocerla.

  —Mam� — articul� Eduardo.

  Acto seguido, una bofetada le sac� de su trance.

  —No creas nada de lo que ves — Insisti� Alberto. —Son demonios menores, crean ilusiones y te confunden.—

  —Mi ni駉 lindo. — Ahora se trataba de su abuela.

  Marcos le dio un manotazo con fuerza en la espalda a Eduardo. El dolor de la piel reci閚 cortada le hizo salir de su letargo.

  —Eso te mantendr� despierto por un rato —asegur� Marcos.

  Alberto apret� la mand韇ula, poco quedaba ya de sus colegas, amigos y conocidos, solo estos cinco hombres que entendieron la gravedad de la situaci髇 y sacrificaron todo con tal de evitar el desastre.

  Dos m醩 se precipitaron al suelo unos minutos despu閟, exhaustos. Se descuidaron un segundo, uno de los hombres dio la espalda y unas criaturas de las sombras lo arrastr� hacia la oscuridad. Su luz a鷑 brillaba d閎ilmente, era arrastrado m醩 y m醩 lejos, se escuch� un grito y luego su luz desapareci�, ahora eran cuatro sin incluir a Eduardo y a Alberto.

  —Avancemos.— Urgi� Alberto reprimiendo su ira. —No nos queda mucho tiempo.—

  Una vez alcanzaron lo que antes era la iglesia, solo quedaban Eduardo, Alberto, Marcos y otro hombre que apenas pod韆 caminar. El edificio hab韆 desaparecido, 鷑icamente hab韆 un agujero en el suelo y aquella roca llena de s韒bolos. La piedra se hab韆 quebrado por el centro, de su interior sal韆 un humo negro que se un韆 con la oscuridad reinante. Parec韆 una chimenea.

  —Algo no anda bien.— Se extra耋 Alberto. —esto es muy f醕il.—

  —Cierto.—confirm� un hombre que apareci� entre las sombras.

  Iba vestido de traje. Eduardo reconoci� a Gustavo, o, al menos, su cuerpo, la cara no era exactamente la misma. Alberto y su compa馿ro dirigieron su luz hacia 閘 causando que escondiera su rostro tras sus brazos al tiempo que gru耥a y gem韆. Luego se descubri� el rostro haciendo una mueca y riendo en tono de burla.

  —Alberto, por favor, no seas rid韈ulo.— El hombre con la apariencia de Gustavo levant� las manos, un sin n鷐ero de enredaderas salieron del suelo y treparon sobre Alberto y los dem醩 tir醤dolos al suelo abiertos de piernas y con los brazos extendidos, todos excepto Eduardo hab韆n sido inmovilizados. De nuevo realiz� un gesto y unas rocas alargadas y puntiagudas nacieron del suelo y atravesaron las manos y pies de Alberto y sus compa馿ros.

  —Eduardo, 縫or qu� no te unes al club? Tenemos una vacante.— propuso el ser.

  —T� no eres Gustavo.—

  —Eso es cierto. Solo tengo su cuerpo. Yo soy su tatarabuelo Alexander.—

  —Nuestra relaci髇 ha empezado con mal pie, pero eso no significa que no nos agrades.— Expuso otro hombre reci閚 llegado con el f韘ico de Sandy.

  —Imag韓atelo.—agreg� Alexander. —Fortuna, riquezas, placeres, inmortalidad.—

  —o lo escuches, Eduardo! —grit� Alberto.

  —� c醠late!— Orden� Alexander. Levant� una mano y las rocas atravesando las extremidades de Alberto comenzaron a retorcerse mientras este bramaba de dolor.

  Tras unos segundos de recuperarse de la peque馻 tortura, empez� a re韗.

  —Ahora entiendo. A鷑 no se ha sellado el pacto, solo hab閕s comprado algo de tiempo.— Dedujo Alberto entre risas. —El chico tiene que acordarlo con un demonio.—

  —Te dije que te callaras.— Tras otro gesto de Alexander, las enredaderas se pusieron a estrangular a Alberto. —Eduardo, no te vamos a enga馻r, Alberto tiene raz髇, el pacto a鷑 no est� sellado.— corrobor�. —Sacrificamos a tu tatarabuelo en tu lugar. As� que t� puedes tomar el suyo y dividiremos el mundo entre los tres. Solo piensa en todo el poder que tendr韆s a cambio de nada.—

  —Yo no s� nada sobre magia —sostuvo Eduardo.

  —Eso no es un problema. Ven con nosotros y te mostraremos todo lo que necesites. — Invit� Alexander.

  Las llamas infernales del portal iluminaban el ambiente. Eduardo miro a los ojos de Alexander. Se vio a si mismo en un trono de oro, hombres y mujeres se postraban a sus pies.

  —No lo hagas, Eduardo, es una trampa, nada bueno sale de pactar con demonios.—articul� como fue capaz Alberto, al escuchar su voz Eduardo volvi� en si.

  Antes de que Alexander hiciese otra de sus demostraciones de poder, Eduardo mir� a Alberto y luego avanz� hacia Alexander.

  —Excelente. — Alexander rio.

  —Fue toda una sorpresa para nosotros cuando descubrimos que el tataranieto de Maximiliano era un hechicero tambi閚.— Anunci� quien hab韆 ocupado el cuerpo de Sandy mientras los tres caminaban hacia el c韗culo ritual y el portal al infierno.

  —Tal como dice Julio, una grata sorpresa, tu tatarabuelo era un tanto r韌ido y aburrido.—manifest� Alexander. —T�, Eduardo, puedes introducirnos a este mundo moderno lleno de tecnolog韆s, cambios y placeres.—

  —Seg鷑 lo que me ha dicho Alberto, no quedar� mucho que disfrutar en este mundo si ese portal sigue abierto.— Formul� Eduardo.

  Los dos hombres rieron.

  —Ese tonto no sabe nada de magia ni de nuestro peque駉 hechizo. — Julio apuntaba hacia Alberto — No vamos a destruir el mundo& Bueno, una parte s�, pero el resto es para nosotros. Seremos reyes, mi querido Eduardo, reyes y emperadores. Te lo he mostrado antes; mujeres, fortuna, poder absoluto, inmortalidad, podr韆s ser joven para siempre.—

  Se encontraban en el borde del c韗culo de roca. El portal abierto dejaba escapar una luz amarillenta casi rojiza, adem醩 de gritos desesperados, calor y un humo negro que se elevaba al cielo. De vez en cuando, este humo se hac韆 m醩 oscuro y algo s髄ido emerg韆 del portal y se iba volando en la columna de humo. Eduardo lo reconoci�, eran criaturas como las que vieron en la oscuridad mientras ven韆n hacia la iglesia.

  Alexander observ� el humo, sus ojos se volvieron rojos y brillantes como el fuego. Emiti� unas palabras en ese idioma incomprensible para Eduardo. La columna de humo par� de fluir, el ruido de algo pesado arrastr醤dose contra la piedra alcanz� los o韉os de todos los presentes. La tierra empez� a temblar. El agujero que era el portal se llen� de lava.

  Unas garras ardientes brotaron del agujero y se apoyaron en la roca, el cuerpo de una criatura gigante se impuls� hacia afuera. El gigante parec韆 hecho de roca ardiente. Abri� la boca y emiti� un rugido. Intent� traspasar el portal al completo solo para ser detenido por una barrera invisible. Tent醕ulos de lava se extendieron del agujero y manten韆n atado al demonio.

  —Oh, gran Mammon, te llamamos a este mundo, 鷑ete a nosotros y muestra tu grandeza.— Implor� Julio — Este es nuestro pacto, nuestro acuerdo, tu poder a cambio de tu libertad, el infierno reinar� sobre la tierra, nosotros seremos sus reyes y t�, su emperador.—

  Alexander se acerc� a Eduardo. Con un movimiento de su mano, una daga vol� hacia 閘.

  —Aqu� tienes, todo lo que se necesita es una peque馻 donaci髇 voluntaria de tu sangre a Mammon y ser醩 uno de nosotros; poder, inmortalidad, el mundo est� a tu alcance.— vaticin� Alexander entregando la daga a Eduardo. Alexander vio duda en los ojos del chico, incluso un poco de deseo de sangre. —S� lo que est醩 pensando, pero apu馻larme con esa daga no me va a matar, soy un hechicero, soy casi inmortal ahora mismo. Solo la magia puede da馻r a la magia y sabemos que no sabes nada acerca de esta.—

  —No tienes opci髇, chico, sobrevive, 鷑ete a nosotros y vu閘vete un hombre poderoso.— Reiter� Julio.

  —Ten閕s raz髇.— Eduardo enterr� la daga en el pecho de Alexander, directamente en su coraz髇.

  —Te dije que eso es inut& — Alexander no pudo seguir. Su cara se llen� de sorpresa.

  —Amaru aldo entu morta almen azuru ecta.— Manifest� Eduardo.

  Era un hechizo muy b醩ico y simple, la parte m醩 dif韈il estaba tallada en runas en la piel de Eduardo. Tra韆 un alma desde cualquier lugar incluido el infierno de vuelta al cuerpo por unos segundos.

  Julio tard� en reaccionar, no esperaba las palabras de Eduardo. Movi� sus manos para invocar a las enredaderas. No pod韆 matar a Eduardo, pero ten韆 que detenerlo. Sin embargo, su movimiento se vio cortado.

  —Amaru aldo entu morta almen azuru ecta. — Escuch� a su espalda.

  Alberto se hab韆 puesto en pie, Marcos y el otro hombre que lo acompa馻ban sacrificaron hasta el 鷏timo residuo de su vida. Alberto se hab韆 liberado de las enredaderas y sus heridas curaron en parte.

  Al ver a Eduardo apu馻lar a Alexander, Alberto se lanz� contra Julio. Daga en mano, sin dudar, clav� su arma en el coraz髇 de Julio. Mientras tanto, continuaba recitando palabras ininteligibles.

  Los ojos de Alexander y Julio cambiaron, sus almas estaban en una batalla contra Sandy y Gustavo. Alberto prosegu韆 recitando a la vez que empujaba el cuerpo de Sandy hacia la orilla del portal. Julio intentaba resistirse, pero su batalla contra el alma de Sandy le ten韆 ocupado y la magia que Alberto repet韆 le hac韆 a鷑 m醩 dura la pelea.

  No obstante, Eduardo no sab韆 nada de magia. Alexander estaba ganando la pelea contra Gustavo f醕ilmente. Una sonrisa se dibuj� en la cara Gustavo, que volv韆 a estar bajo el control de Alexander.

  —俊qu� hago ahora!? —grit� Eduardo.

  No recibi� respuesta.

  —Buen intento, chico, pero no funcion�— dijo Alexander sujetando la mano de Eduardo con la cual sosten韆 la daga.

  Por suerte para Eduardo, Alberto ya hab韆 lanzado a Sandy por el portal. De inmediato, se abalanz� hacia Alexander.

  —T�, peque駉 mocoso.— solt� Alexander mientras forcejeaba con ambos.

  Alberto empez� a formular el conjuro. Por su parte, Alexander recitaba un contrahechizo. Eduardo intent� taparle la boca con la mano izquierda, pero pronto comenz� a gritar, pues Alexander, de un mordisco, le arranc� los dedos me駃que y anular. Tratando de separarse de 閘, Eduardo lo empuj�.

  —o, no, no! — vociferaba Alexander al tiempo que ca韆.

  Alberto y Alexander se precipitaron por el portal. Alberto continuaba recitando mientras ca韆 en la lava ardiente. En este momento, la tierra tembl�. El torso del demonio se hund韆, para evitarlo, este clav� sus garras en la roca. Tent醕ulos de lava cubr韆n su cuerpo y le arrastraban hacia abajo. Todo el humo negro estaba siendo arrastrado de vuelta dentro del portal.

  Eduardo se qued� de pie contemplando a la criatura forcejear contra la corriente que se formaba a la par que el humo y todas las criaturas que hab韆n salido volv韆n. Mammon emiti� un rugido y una de sus garras intent� forzosamente llegar hasta Eduardo, pero no sirvi� de nada, simplemente, le hizo perder agarre y fue arrastrado definitivamente.

  Tras la ca韉a de la criatura, la velocidad a la que todo entraba en el portal aceler�, incluidas rocas y polvo.

  Eduardo se dio la vuelta y corri� en direcci髇 contraria. La cantidad de arena, rocas y la fuerza del viento aumentaba cada segundo. Tras unos minutos de luchar contra el viento, cay� al suelo. Ya no pod韆 avanzar m醩. Peque馻s piedras le golpeaban la cabeza, la cual cubri� con sus brazos. Estuvo tendido un largo rato tratando de respirar sin que la arena y polvo le ahogaran.

  El chico comenz� a sentir el calor de los rayos del sol, la oscuridad hab韆 desaparecido. De hecho, todo se hab韆 esfumado. Por la posici髇 del sol, era mediod韆 como m韓imo. Mir� en todas direcciones, solo hab韆 desierto a su alrededor, salvo por alguna roca o un tronco y ra韈es que no fueron arrastrados.

  Eduardo se levant� y se dispuso a caminar. Detr醩 de 閘 dejaba un desierto donde no parec韆 que hubiese existido nada nunca.

  FIN

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