Home Genre horror Los Herederos de toma (Spanish/Español)

  Gustavo fue al bar de costumbre, pidi� una cerveza y empez� a tomarla en silencio, muchas ideas pasaban por su cabeza.

  —Qu� serio est醩 hoy, 縩o? —coment� el de la barra.

  —Supongo —dijo Gustavo—. 縎abes?, esta cerveza sabe muy bien hoy.

  El camarero simplemente le mir�. Gustavo hab韆 aprendido en los 鷏timos meses a disfrutar de los peque駉s placeres de la vida, algo muy apropiado cuando est醩 a punto de morir constantemente. Aunque ahora la posibilidad de dar soluci髇 por fin a todas las inc骻nitas y miedos de los 鷏timos meses le daba cierto alivio, a鷑 segu韆 viviendo en el peligro.

  Gustavo termin� su cerveza y se march� a casa. El coche de su pareja Teresa estaba en el garaje, se馻l de que ya hab韆 vuelto del trabajo. No ten韆n ni駉s, pero Gustavo estaba pensando en ello. Abandon� la idea cuando empezaron a suceder todos estos fen髆enos extra駉s.

  Cuando Gustavo lleg� a la sala, Teresa se hallaba tumbada viendo alguna serie en la televisi髇. Gustavo se sent� a su lado y se qued� mir醤dola a la cara.

  —縌u� pasa? —pregunt� Teresa.

  —Nada. 緾u醤tos a駉s llevamos juntos ya?

  —Cinco.

  —Cinco a駉s —repiti� Gustavo pensativo.

  —Cu閚tame —insisti� Teresa.

  —Nada, pensaba por qu� sigues siendo tan linda.

  —Aj�, t� est醩 buscando guerra.

  —Siempre —Gustavo procur� poner una voz seductora y se arrim� para besarla.

  La pareja se enfrasc� en un encuentro sexual. Una hora m醩 tarde, se encontraban en el sof� abrazados. Gustavo le acariciaba las caderas mientras ve韆n la televisi髇.

  —Por cierto, voy a hacer un viaje pasado ma馻na —anunci� Gustavo—. Tengo unos nuevos clientes con unos asuntos familiares de tierras y los acompa馻r� a un antiguo pueblo minero a ver el terreno —minti� Gustavo.

  Generalmente, no le gustaba decirle mentiras pero las cosas hab韆n cambiado los 鷏timos meses, pero no iba a decirle a su pareja: 獵ari駉, yo y otros dos hombres tenemos una habilidad sobrenatural que nos salva de la muerte constantemente, creemos que esto es de un origen siniestro y vamos a ir a una posible iglesia endiablada en un pueblo fantasma, a ver qu� encontramos&�. Definitivamente, era el momento de una mentirijilla, simplemente lo a馻dir韆 a la larga lista de cosas que manten韆 en secreto desde que empez� su vida paranormal.

  —El lugar est� alejado, tomar� dos o tres d韆s para reconocer el sitio y poner las cosas en orden.—

  Teresa no indag� mucho en el asunto. No era infrecuente que Gustavo hiciera un viaje por ese motivo, para reconocer el terreno. Lidiar con agrimensores y otros t閏nicos especialistas era com鷑 en derecho.

  —Vale, te voy a extra馻r. —Teresa se acurruc� a鷑 m醩 contra el cuerpo de Gustavo.

  Mientras tanto, Sandy volv韆 al apartamento donde estaba viviendo. No le quedaba mucha familia con vida, no hab韆 nadie que realmente se preocupara por 閘. Dinero no le faltaba, el seguro por la casa y miembros de su familia qued� todo para 閘. Fue a su habitaci髇, abri� una de las gavetas, debajo de los calzoncillos hab韆 una caja y dentro de esta, un rev髄ver, un Smith & Wesson calibre 38, similar a la que hab韆 tirado al r韔 cuando intent� suicidarse. Hab韆 comprado una segunda arma una semana despu閟 por si se presentaba la necesidad.

  —Dudo mucho de que sirva contra lo que encontremos all�, pero supongo que es mejor que nada —articul� para s� mismo.

  Empez� a cargar el arma cuando mir� al armario. Una idea tonta le vino a la mente. Luego tom� el tel閒ono y envi� un mensaje a Eduardo y Gustavo: 玍estid de traje, si vamos a ver a la muerte o al diablo, deber韆mos ir formales�.

  Tanto a Eduardo como a Gustavo les pareci� graciosa la idea y estuvieron de acuerdo. Un traje no era adecuado para ciertas situaciones, pero, para lo que podr韆n encontrar, no deber韆 hacer mucha diferencia.

  Sandy continu� cargando el rev髄ver al tiempo que fantaseaba con la posibilidad de dar con una respuesta y entender al menos por qu� muri� toda su familia.

  Eduardo lleg� a casa, agarr� el tel閒ono y llam� a su t韆. Esta y alg鷑 primo lejano eran los 鷑icos parientes cercanos que manten韆. Hablaron acerca de las cosas habituales, recordaron a la abuela, a la familia& Al final, Eduardo le coment� que ir韆 a una excursi髇 con unos amigos. A su t韆 le parec韆 muy buena idea salir un poco de la ciudad. Luego de esto se despidieron.

  Eduardo se encamin� a su habitaci髇, el mismo desastre habitual, encima del escritorio varios libros, los observ� con cara de desinter閟, claramente, no ten韆 ninguna intenci髇 de estudiar. Tras ver la tele un rato, se dio una ducha y se fue a la cama. No pod韆 dormir, rodaba de lado a lado. Sali� de la casa, dio una vuelta por los alrededores, ve韆 las calles oscuras. Se sent� en una banca en un parque y se qued� contemplando las estrellas un largo rato. Regres� a casa y se dej� caer en el colch髇.

  Al d韆 siguiente, los tres hombres se reunieron en la oficina de Gustavo. Hab韆n quedado para hacer preparativos en equipo.

  —緾u醠 es el plan? —se interes� Eduardo.

  —Necesitaremos ciertos materiales —apunt� Gustavo pensativo.

  —緾omo qu�? 緾rucifijos, agua bendita, ajo? —agreg� Sandy.

  —No creo que nos sirva de mucho, vamos a una iglesia, 縭ecuerdas? —neg� Gustavo—. De todas formas, no es mala idea. Pero tengo otras cosas en mente: linternas, palas, cuerda&—

  —Yo traje mi apoyo. —Sandy sac� su rev髄ver.

  —Dudo que lo que enfrentamos pueda ser destruido por un arma de fuego —valor� Eduardo.

  —Aun as�, me siento mejor —reproch� Sandy.

  —Coincido. —Gustavo coloc� su arma en el escritorio, una 9 mm—. Yo me encargar� de los materiales de ferreter韆. Ustedes dos consigan crucifijos, agua bendita y otros artilugios.

  Fue un poco embarazoso para Eduardo y Sandy presentarse a una iglesia para buscar agua bendita. Adem醩, compraron crucifijos. Curiosamente, el cura no se neg� a bendecirlos, sobre todo, tras hacerle Sandy una cuantiosa donaci髇.

  Esa misma tarde, el Mercedes de Gustavo ten韆 el maletero lleno con una interesante mezcla de art韈ulos: palas, mazas, cuerda, picas, patas de cabra, agua bendita, crucifijos; ten韆n un poco de todo excepto balas de plata. Los tres se despidieron y se fueron a casa.

  Al amanecer, ya todos se hallaban despiertos. Ninguno fue capaz de dormir mucho. Se reunieron frente a la oficina de Gustavo. No se saludaron, no hubo buenos d韆s ni hola. Los tres iban vestidos de traje. Eduardo de negro, Gustavo de azul y Sandy de gris. Este 鷏timo estaba afeitado, pero su pelo segu韆 desordenado como siempre.

  Subieron al coche. Gustavo conduc韆 ligeramente por encima de la velocidad m醲ima permitida. Unas dos horas m醩 tarde, mientras recorr韆n la carretera 176, Gustavo se desvi� de la carretera y par� en un claro.

  —縌u� ocurre? —inquiri� Sandy.

  —Habr� un accidente en frente en unos minutos, un cami髇 —inform� Gustavo.

  —Yo no escuch� nada —rebati� Eduardo.

  —Ni yo sent� nada —secund� Sandy. —Tal vez no es necesario que todos predigamos lo que va a pasar cuando estamos juntos. —La duda le surgi� cuando record� el accidente de Sandy. —  vuestra habilidad fall�!—

  Tras esperar unos quince minutos, Gustavo reanud� la marcha. Pocos kil髆etros m醩 adelante, el tr醘ico se hac韆 lento, minutos despu閟, estaban pasando la escena de un accidente: un cami髇 cargado de troncos se hab韆 accidentado y varios coches sufrieron una colisi髇 en cadena. Probablemente, hab韆 heridos o muertos. Los tres hombres pasaron la escena en silencio. No hab韆 nada que pudiesen hacer. Tras una hora, Gustavo volv韆 a detenerse.

  —縊tra vez? —indag� Eduardo.

  —S�& y no —respondi� Gustavo. —Algo anda mal, lo que veo es muy corto, son solo flashes de im醙enes borrosas.—

  Ni Eduardo ni Sandy hab韆n sentido nada en todo el trayecto. Aguardaron unos minutos y reiniciaron la marcha, pero esta vez no hubo ning鷑 incidente. La carretera se hallaba limpia. Sin embargo, Gustavo tuvo que parar de nuevo dos veces m醩.

  —Algo no anda bien. Es la cuarta vez que veo algo, pero, salvo por lo del cami髇, no hemos presenciado otro accidente.—

  Arranc�, pero esta vez fue Eduardo quien escuch� algo:

  —lto!

  —Detente —salt� Eduardo.

  —縀scuchaste algo? —dud� Sandy.

  —S�, pero no es lo habitual. La voz se escucha lejana, apagada, d閎il.

  —Mientras m醩 nos acercamos a ese pueblo, nuestras premoniciones se vuelven m醩 d閎iles y err醫icas —razon� Gustavo.

  —Eso es bueno —se jact� Sandy. — Significa que vamos en la direcci髇 correcta.—

  Los tres esperaron unos diez minutos y retomaron. Durante casi una hora, no recibieron ninguna alerta.

  —Reduce la velocidad —mencion� Sandy.

  —縃as sentido algo? —pregunt� Gustavo.

  —No, ese es el problema.—

  Gustavo sigui� el consejo de Sandy, justo en ese instante un ciervo cruz� la carretera y un coche enfrente se detuvo de golpe. Gustavo pis� el freno, no obstante, sus frenos fallaron, por suerte, al ir a menos velocidad, tuvo tiempo de maniobrar y salirse de la carretera. Gustavo tir� del freno de mano, el coche se desliz� hacia unos matorrales, deteni閚dose justo antes de chocar con un poste.This tale has been unlawfully lifted from Royal Road; report any instances of this story if found elsewhere.

  —Cerca —dijo Gustavo.

  Bajaron del veh韈ulo y observaron que este ten韆 varios rayones y un neum醫ico reventado. Un coche se detuvo al lado.

  —縀st醝s bien?

  —S� —confirm� Sandy —Un neum醫ico; lo cambiamos y a seguir.—

  —Vale, buena suerte.—

  —Tenemos que llamar la menor atenci髇 posible, tres hombres de traje con herramientas en el maletero y armados& Estando a punto de morir de forma constante, lo 鷏timo que necesitamos es un encuentro con polic韆s o alg鷑 otro imb閏il.—advirti� Sandy sacando la llave de ruedas y el gato del ba鷏.

  —Tiene raz髇.—sostuvo Eduardo mirando a Gustavo, quien no hab韆 pensado en eso.

  Cambiaron r醦idamente la rueda.

  —Ahora, el problema de los frenos —sigui� Gustavo.

  —Estoy casi seguro de que los frenos est醤 perfectamente bien —habl� Sandy.

  Subieron al coche y arrancaron sin problemas; Sandy ten韆 raz髇, los frenos funcionaban sin inconveniente. Gustavo retom� el camino.

  —De ahora en adelante, vigilad en todas direcciones, seguid vuestro instinto, creo que no tendremos m醩 ayuda desde ya —aconsej� Sandy.

  Gustavo conduc韆 con sumo cuidado, los espejos retrovisores estaban en vigilancia constante. Evitaban camiones, veh韈ulos pesados o tramos de tr醘ico muy denso, incluso hac韆n paradas sin motivo para dejar que los dem醩 veh韈ulos se alejasen.

  El viaje se prolong� mucho m醩 de lo esperado, hab韆n pasado m醩 de ocho horas desde que iniciaron el trayecto. Al final, salieron de la carretera 176, tomaron una salida a la derecha y, tras unos kil髆etros, se acercaban a su destino. Sin embargo, el trayecto se hacia mucho mas largo de lo esperado.

  —Ahora entiendo la advertencia, se supone deber韆mos haber llegado a la desviaci髇 con el roble hace varios kil髆etros.— Gustavo continuo conduciendo e ignorando todas los caminos paralelos.

  Avanzaron por una vieja carretera sin pavimentar, pasaron varias desviaciones, pero continuaron en l韓ea recta. Gustavo se detuvo junto a una desviaci髇, la cual estaba adornada por un viejo roble seco, muerto hac韆 a駉s, con unas escasas enredaderas sobre 閘. Algunos cuervos se posaban encima de sus ramas de forma perezosa. Gustavo condujo el coche por el camino de la derecha del roble, luego de manejar durante un rato, contemplaron un grupo de antiguas edificaciones destruidas. Frente a ellos, un letrero viejo y muy deteriorado llam� su atenci髇: 獴ienvenidos a Toma. Poblaci髇: 438 personas�.

  Los tres ten韆n la vista fija en el cartel. De la nada, apareci� un hombre viejo en la carretera, justo frente al coche. Gustavo pis� r醦idamente el freno, pero era muy tarde, cuando el coche se detuvo, todos bajaron a mirar, pero no hab韆 nada, no encontraron se馻l de impacto ni del anciano. Observaron el cielo, el sol se hab韆 perdido de repente, en alg鷑 momento, el cielo se cubri� de nubes densas que no permit韆n el paso del sol, como si sobre ellos se cerniera una gran tormenta, sin embargo, todo se ve韆 seco y polvoriento, la hierba amarilla, muerta, los pocos arbustos que hab韆 no eran m醩 que ramas marchitas, parec韆 un desierto, era totalmente lo opuesto a lo que hab韆n visto hasta ahora.

  —Definitivamente, este es el pueblo —prorrumpi� Gustavo sin poder evitar la sensaci髇 de disgusto y escalofr韔s.

  Volvieron a entrar en el veh韈ulo. Gustavo conduc韆 lentamente por el pueblo, a cada lado de la carretera se ve韆n hogares abandonados, casas viejas casi destruidas; hac韆 a駉s que nadie viv韆 en ellas, las puertas y ventanas rotas, abiertas de par en par, un verdadero pueblo fantasma.

  —Aqu� no viven 438 personas —coment� Sandy.

  Continuaron hasta alcanzar unas casas m醩 conservadas, encontraron una especie de bar-cafeter韆, el letrero viejo y en mal estado con el nombre Rossy en un amarillo gastado dif韈il de leer. Bajaron y se dirigieron hacia la cafeter韆.

  Al entrar, todo el mundo se qued� observ醤dolos, el lugar no estaba abandonado como el letrero, se hallaba perfectamente limpio y cuidado, con un penetrante aroma a pastel reci閚 horneado. Hab韆 seis personas dentro, todas mayores, de unos sesenta a駉s, con gestos de desagrado y miradas de disgusto.

  Sandy les regresaba la mirada de manera dura, despectiva. Se sentaron en una de las mesas a la derecha de la entrada. Tras el mostrador, una se駉ra obesa y que pasaba de los cuarenta los observaba desde駉samente. Una chica joven, blanca, delgada y con un cierto atractivo se les acerc� a preguntarles qu� deseaban de modo seco y sin sonre韗.

  Hasta el momento, no hab韆n ca韉o en que llevaban todo el d韆 en el camino sin comer nada. La tensi髇 en la que viv韆n en la carretera les hab韆 quitado el apetito. Aunque obviamente no eran bienvenidos aqu�, no ten韆n mucha elecci髇, pidieron algunos s醤dwiches y cervezas. La camarera tom� la orden de mala gana y luego se fue a la barra. Los tres hombres se mantuvieron en silencio. Los ojos de los habitantes del pueblo no se apartaban de los reci閚 llegados.

  —Tengo el presentimiento de que no les gustan los extra駉s —declar� Sandy.

  —Lo he notado —se sum� Gustavo.

  —緼hora qu� hacemos? —quiso saber Eduardo.

  —Comeremos. Pagaremos la cuenta y luego iniciaremos las preguntas —propuso Gustavo en voz muy baja—. Si preguntamos antes de comer, podr韆n envenenarnos o algo.—

  Los tres aguardaban en silencio.

  —縃um? Algo no anda bien —mencion� Gustavo unos segundos despu閟.

  —縀st醩 viendo algo? —cuestion� Sandy.

  —S�& y no. —Gustavo entrecerr� los ojos. — No son visiones, es nuestro alrededor, veo borroso, doble, im醙enes superpuestas.—

  Gustavo levant� las manos, las ve韆 perfectamente, al igual que a Eduardo y Sandy, pero la mesa, sillas y el resto del local lo ve韆 borroso, como una imagen doble.

  Tras pocos segundos, un hombre de mediana edad, gordo, con un rostro tosco y poco amigable entr� en el bar. Detr醩 de 閘 se encontraban dos hombres j髒enes, eran altos y fuertes, con la piel quemada por el sol; sin duda, ten韆n un trabajo que requer韆 mucha potencia f韘ica.

  —Caballeros, soy el alcalde del pueblo y conf韔 en que tan pronto terminen su comida continuar醤 su camino —coment� el hombre con rostro serio.

  —No s� si eso ser� posible —neg� Gustavo.

  —縔 por qu� raz髇? —insisti� el alcalde.

  —Porque nuestro coche se descompuso —minti� Sandy.

  —Se lo repararemos de inmediato, cortes韆 del pueblo —sostuvo el alcalde con una falsa sonrisa.

  —Vaya, qu� pueblo tan hospitalario —murmur� Gustavo intentando sonre韗 mientras se frotaba los ojos. —縎eguro que pueden repararlo?, Es un veh韈ulo moderno.—

  —No se preocupe, nuestro pueblo es peque駉, pero nuestro mec醤ico es muy eficiente, no ser� un problema, lo garantizo.—

  —Excelente.— formul� Eduardo. — Ya que estamos aqu�, podr韆mos hacer algo de turismo local, nos llaman la atenci髇 los edificios antiguos, sobre todo, las iglesias.—

  La cara del alcalde cambi� de una sonrisa falsa a una cara de claro enojo:

  —No tenemos iglesia.—

  —縉o esta aqu� la famosa iglesia de Toma? Antigua, centenaria, la iglesia del incendio, la que cobr� la vida de varios trabajadores en un intento de reconstruirla.—lanz� Sandy con un tono un tanto provocativo.

  —Silvia, olvida el pedido, los caballeros se marchan.— orden� el alcalde a la camarera.

  Dicho esto, los dos j髒enes se colocaron a ambos lados de la mesa mientras el alcalde sonre韆 y les indicaba con una mano la salida del establecimiento.

  —aballeros, por favor!— intervino Sandy levant醤dose. —Somos hombres civilizados, estoy seguro de que podemos solucionar esto sin llegar a extremos que podamos lamentar.—

  Sandy nunca hab韆 sido un hombre violento, pero toda su familia hab韆 muerto por un motivo desconocido y sus respuestas estaban en este pueblo. A鷑 ten韆 esa p閞dida reciente y era susceptible a ataques de ira con mucha facilidad.

  El alcalde se qued� mirando a Sandy fijamente sin emitir palabra alguna. Gustavo observaba a su alrededor, se notaba intranquilo, cada vez m醩 p醠ido, sus ojos estaban rojos.

  —Se駉res, mi nombre es Gustavo Gonz醠ez, soy abogado y&—

  No pudo terminar la frase.

  —Salgan de mi pueblo inmediatamente.— grit� el alcalde con los ojos desorbitados y con rostro iracundo. —No queremos nada con los Gonz醠ez, demonios asquerosos, sabandijas rastreras, mercaderes de muerte y caos.—

  La voz del alcalde adquiri� un tono tan extra駉 que hizo a Eduardo sentirse inc髆odo. Mientras tanto, los ojos de Gustavo estaban tan abiertos que parec韆n platos.

  Los dos hombres j髒enes al lado del alcalde hicieron un gesto de querer entrar a lo f韘ico.

  —Lo siento, pero no nos iremos.— dijo Sandy sacando el rev髄ver.

  Esta gente ocultaba algo y Sandy lo sab韆. Sin embargo, sus acciones no tuvieron ning鷑 resultado, todos permanecieron inm髒iles como si el arma fuera de juguete.

  —El arma no te servir�.— advirti� Gustavo. —No se puede matar a los muertos.—

  Tan pronto Gustavo termin� la frase, el ambiente se transform�, el lugar se ve韆 viejo, polvoriento, sucio, las telara馻s colonizaban todo el sitio, el olor a pastel cambi� por el del aire viejo y pesado de los espacios abandonados, los cristales se tornaron sucios y empa馻dos y los hombres enfrente de ellos se fueron descomponiendo r醦idamente, pasando de rostros a m醩caras semihumanas, secas y oscuras, luego en esqueletos y, por 鷏timo, en polvo, que cay� al suelo mezcl醤dose con el ya existente en el local.

  Los tres hombres quedaron de pie mirando en todas direcciones ante lo repentino de la situaci髇. La camarera, los otros clientes&, todos hab韆n desaparecido.

  —縌u� mierdas pas�? —prorrumpi� Eduardo.

  Hab韆n venido preparados para encontrar cosas sobrenaturales, pero no es lo mismo imaginarlo que verlo. Por un segundo, todos quedaron congelados sin saber claramente lo que hacer.

  —緾髆o te diste cuenta? —inquiri� Sandy, que todav韆 empu馻ba el arma apuntando en todas direcciones.

  —Mis ojos los vieron como realmente son. Pero solo pude verlos con claridad cuando mencion� mi apellido y perdieron el control, esta gente me odiaba y ni siquiera s� por qu�.— contest� Eduardo sacudi閚dose el polvo que la mesa y asientos hab韆n dejado sobre sus ropas.

  Pasaron varios minutos sin que nada sucediera.

  —縔 ahora qu�? —pregunt� Eduardo.

  —Buscaremos la iglesia por nuestra cuenta —se馻l� Gustavo.

  Acto seguido, se escuch� una especie de grito, parec韆 una voz de mujer, pero el sonido era gutural, como si viniese de un lugar profundo. Las cosas dentro del polvoriento establecimiento comenzaron a moverse; las sillas y las mesas se abalanzaban contra ellos, los cristales de las ventanas se romp韆n y sus fragmentos flotaban en el aire.

  Salieron corriendo. Tras ellos, una tormenta de objetos. Ya fuera del local, los asientos volaban por las ventanas e intentaban golpearlos del otro lado de la calle. Caminaron por la carretera central, alej醤dose de las abandonadas y destruidas casas, pues, al acercarse mucho a ellas, las ventanas cruj韆n, los cristales saltaban y las puertas giraban violentamente sobre sus goznes como queriendo arrancar el marco de la pared y lanzarse hacia ellos. No pod韆n aproximarse al coche sin ponerse al alcance de alg鷑 edificio.

  El cuadro era igual en todos los lugares, se trataba de un pueblo fantasma. Las cosas se ve韆n muy diferentes a cuando entraron, ahora no hab韆 ninguna estructura en buen estado. Todo se hallaba totalmente destruido y abandonado. En ocasiones, ve韆n im醙enes de forma humana que se asomaban tras alguna sombra, detr醩 de una puerta, en una ventana; estas apariciones se desvanec韆n a los pocos segundos de verlas. Gritos lejanos, murmullos y otros sonidos llegaban a sus o韉os.

  Al llegar al final de la zona edificada del pueblo, se encontraron con el cementerio local, encima de las tumbas aparec韆n repentinamente im醙enes trasl鷆idas que vagaban de un punto a otro, se o韆n susurros y lamentos en tono apagado y lejano. Pero no hab韆 se馻l de la iglesia. De un lado, ten韆n el cementerio atestado de almas y, del otro, un bosque de 醨boles secos.

  —Aqu� no parece que haya nada m醩 —consider� Eduardo.

  —縋uedes ver algo, Gustavo?

  —Fuera de esas almas en pena&, nada —dijo se馻lando al cementerio.

  —縔 t�, Eduardo?

  —Solo susurros, lamentos y gritos.

  Mientras los dem醩 observaban el cementerio, Sandy anduvo hacia el bosque adentr醤dose entre los 醨boles, tom� por una vereda casi borrada por el tiempo. Eduardo y Gustavo le llamaron, pero Sandy no respond韆, entonces entendieron que estaba caminando en modo autom醫ico sin control de su cuerpo. Le siguieron. Dentro de la arboleda, Sandy se detuvo de repente y se dio la vuelta, ya estaba fuera del trance.

  —speren, no se muevan! —bram� Gustavo.

  —縌u� has visto? —se interes� Eduardo.

  —ORRAN! —grit� Gustavo.

  Mientras los tres echaban a correr adentr醤dose m醩 en la arboleda, una jaur韆 de perros salvajes emergi� de entre los 醨boles a sus espaldas, a su vez, en frente las ramas se mov韆n en direcci髇 a ellos, incluso la maleza seca parec韆 querer enredarse en sus pies. Continuaron esprintando, los perros a sus espaldas no daban tregua. Gustavo se retras�, sin detenerse, sac� el arma y dispar� tres veces, uno de los perros cay� abatido y los dem醩 redujeron la velocidad. Gustavo volvi� a acelerar con todas sus fuerzas y los perros tambi閚. Fue el 鷏timo en llegar a un claro, el ambiente cambiaba totalmente, los 醨boles de los alrededores se ve韆n a鷑 m醩 secos y muertos que en el resto del pueblo, podridos, la tierra estaba 醨ida, no hab韆 maleza y justo en el centro de aquel peque駉 trozo de desierto se encontraba la vieja iglesia destrozada por el paso de los a駉s, la puerta podrida, las ventanas rotas.

  El interior se hallaba oscuro, como si la escasa y t閠rica luz que dominaba todo el pueblo se negara a entrar. Los tres hombres se dieron la vuelta. La jaur韆 se hab韆 detenido, los perros los contemplaban con ojos agresivos, mostrando sus colmillos mientras gru耥an, no obstante, se manten韆n entre los 醨boles, sin pasar la frontera que marcaba el inicio del peque駉 desierto.

  —Creo que estamos a salvo —expuso Sandy.

  —De los perros. Pero la pregunta es: 縬u� hay en ese lugar? —Gustavo se gir� y se coloc� de cara a la iglesia.

  —Averigmoslo —indic� Sandy con el rev髄ver en mano.

  Gustavo sac� balas de su bolsillo y recarg� las gastadas a la par que se dirig韆n a la iglesia.

  —Al menos, funcion� contra los perros.—

  Mientras m醩 se acercaban, Gustavo se ve韆 m醩 p醠ido, sudaba y sus manos temblaban.

  —縌u� ves? —dud� Eduardo.

  —Oscuridad& Lo que nos espera all� es malo, muy muy malo —vaticin� Gustavo temblando. —Casi dan ganas de arriesgarse con los perros.—

  —Para esto hemos venido —rest� Sandy arm醤dose de valor y adelant醤dose.

  Eduardo apret� los pu駉s fuertemente y empez� a andar hacia la iglesia. Gustavo se detuvo un instante mirando fijamente a los perros y luego sigui� a Eduardo.

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